Al padre de María le gustaría hacerse rico. A su madre, vivir en una casa mejor. Al director de su escuela le encantaría jubilarse y a su maestra, ¡ser la nueva directora! Como el resto de adultos que rodean a la niña, pasan el tiempo deseando cosas con las que sentirse plenamente satisfechos... Pero, entonces, ¿por qué miran todos a María como si fuera un bicho raro? Total, solo porque ella también formula su propio deseo: ¡ser Filiberta!
Quizá un enigmático cuento, del que la niña nunca se separa, pueda responder a estas preguntas, poniendo fin, de paso, al despilfarro de anhelos más grande que jamás se haya visto. Y es que, como libros que son, los cuentos nos recuerdan, cuando más lo necesitamos, que la cabeza está para usarla solo en su justa medida, porque no hay forma más gratificante de soñar que dejarse llevar por la fantasía de una buena lectura.
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